lunes, 17 de noviembre de 2008

Silvia Sánchez- Mundo Teatral

En El calor del cuerpo, pieza de Agustina Muñoz que tiene lugar en el Camarín de las musas, la mirada el espectador ha de toparse con una avalancha de imágenes-tiempo: esas imágenes deleuzeanas que definían lo contrario a la imagen devenida acción.

Tres personajes tirados en la arena de una playa, dejan transcurrir el tiempo sin que casi nada pase: a lo sumo pelan una fruta, a lo sumo cambian de posición. Toda la pieza de Muñoz se mueve en ese registro de quietud en el que la ausencia de acción pone en primer plano al tiempo. No solo al tiempo que transcurre a nivel de la historia sino al tiempo en todas sus dimensiones: al tiempo banal, al tiempo trascendental, al que pasó y al que ha de venir.

Un cuarto personaje, mayor en edad que los otros, viene a romper la letanía en la que los tres jóvenes están envueltos. Otra vez el tiempo, ahora generacional,
delatando la mirada de mundo de esta directora que pone la quietud, la inacción y cierto aire desinteresado del lado de los más jóvenes. Solo el viejo puede accionar, configurando una pintura generacional bastante clara y por suerte, parcial.

Contrastando con la vaguedad de los tres personajes, la instalación escenográfica de Manuel Ameztoy y la iluminación de Leo D´Aiuto, imprimen fuerza, color y energía; configurando un paisaje festivo que se aleja de los cuerpos desvastados de los actores. En tal sentido, son buenos los trabajos actorales cuya misión parece ser “estar” más que actuar.

El calor del cuerpo puede gustar o no, lo que seguro no puede suceder es que genere indiferencia. Poner en escena cierto abatimiento generacional, es toda una declaración de principios. Habrá que ver si uno hace algo con eso o, como sus personajes, deja que otros hagan.

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