sábado, 25 de octubre de 2008

Sol Echevarría para No Retornable

Tras haber mordido la fruta prohibida, sucumbiendo a la tentación de prolongar su estadía en una isla tropical, los personajes sufren la expulsión del paraíso. Sus cuerpos derrumbados por el calor callan más de lo que hablan mientras comen frutas y toman sol. Se trata de cuatro personajes que no tienen en común más que el hecho de haber decidido quedarse en ese lugar repleto de turistas que vienen y van. La obra pone en escena a través de los personajes un movimiento cíclico (congelado por la repetición), una caída.

A la excelente escenografía se le suma una iluminación dorada que contribuye a lograr un clima tan caluroso que, combinado con la actitud corporal de los personajes, resulta aplastante. Ana y Raquel son las protagonistas femeninas que exhiben una neurosis de relaciones frustradas recubierta por teorías poco redentoras respecto de la naturaleza humana en general, permaneciendo estancadas en su resentimiento. Uno de los personajes masculinos es un anónimo, “él”, cuya psicología interna está menos desarrollada y es el que aliviana un poco la tensión de ese universo trágico. El único que propone una salida, quizás la muerte, es “el viejo”, quien logra enamorarse pero decide huir de su posible felicidad. Dejados al descubierto por las mallas, los cuerpos erotizados, miradas y roces circulan en las distintas escenas. Sin embargo, es un deseo que no será satisfecho sino siempre postergado, como una promesa que jamás se concretará.

A pesar de las continuas alusiones enigmáticas, ninguno de ellos se refiere a su historia: parecieran no tener un pasado (no se sabe bien de dónde vienen, cómo terminaron en la situación en la que se encuentran), pero tampoco un futuro, como si su vida entera girase en torno de la isla y no hubiese nada antes ni después de ella. De hecho, todas las palabras aparecen referidas al mundo tropical, como si el entorno definiera el único tópico posible de conversación. Se habla de frutas, collares de coco, barcos, escamas de pez, muelle, mosquitos y potes de plástico, entre otras cosas.

Sus recuerdos se desdibujan entre el ir y venir de las olas, en un tiempo muerto que cae lentamente, como un reloj de arena. Sumergidos en esa temporalidad detenida, a medida que la obra avanza los personajes parecen estar más cerca del piso, hasta que de pronto la obra se interrumpe. Proponer un final marcado implicaría, de algún modo, plantear una salida, pero los personajes quedan atrapados en una cotidianidad que se repite hasta el cansancio, siempre al borde del derrumbe. Se genera una contradicción permanente entre una sensación de estancamiento y de movimiento a la vez, porque si todo está quieto ¿cómo es posible que esté, al mismo tiempo, cayendo? Sin embargo, sucede. En su descenso, los personajes sudan, sienten el calor de su cuerpo.

"Es como si una capa hermética hubiera protegido a los personajes de pasados que desconoceremos, pero cuyas consecuencias nos permiten ver cuerpos que sienten sin límite pero no tienen modo de expresarse, de confesarse. Esto queda de relieve en una geografía tropical de supuesto goce, liviandad y esparcimiento, lugar donde el cuerpo se exhibe y se disfruta. Sin embargo ninguno de ellos parece ser capaz de entregarse a este calor que palpita, se mueve, asoma pero nunca estalla." comentó al respecto de su obra Agustina Muñoz. Ante la asfixia que les impide cualquier escapatoria, estos personajes caídos terminan por resignarse. Pese a adoptar una actitud pasiva, manifiestan su insatisfacción con respecto a la situación en la que viven: a menudo se quejan y planean hacer algo pero fracasan en la concreción. Tal vez el elemento más perturbador es que perciben que están cayendo pero no saben qué hacer al respecto. De esta forma, se desmoronan no por voluntad propia sino porque no encuentran de qué agarrarse.

El calor del cuerpo forma parte de la antología Dramaturgias, editada por la Editorial Entropía, junto con textos de otras diez autoras de las nueva dramaturgia femenina como Mariana Chaud, Lola Arias, Agustina Gatto y Romina Paula entre otras.

sábado, 18 de octubre de 2008

culturAR.com- Hablemos de amor

Del frío desgarrador de Alaska al calor sofocante del trópico, Agustina Muñoz estrenó una nueva pieza: El calor del cuerpo, en la que los personajes, ahora también masculinos, hablan de amor.

La primera obra con la que Agustina Muñoz se dio a conocer el mundo transcurría en el polo. Por Las mujeres entre los hielos, esta joven autora y directora recibió, a los 21 años, el primer Premio Nacional de Dramaturgia del Instituto Nacional del Teatro. Dos años transcurrieron desde entonces y miles de kilómetros entre el escenario que eligió para aquella pieza y la que acaba de estrenar: El calor del cuerpo.
Dos mujeres descansan al sol y en tono monocorde, como el que caracteriza las conversaciones al ritmo de las olas y el intento por lograr un bronceado, comienzan a hablar de amor. Entre reflexiones profundas y triviales transcurre esta escena bien recreada.
En Las mujeres entre los hielos, los personajes miraban al horizonte y recordaban antiguos amores y frustraciones. Una playa tropical, visitada por miles de personas, es también un lugar desolado para los protagonistas (Cecilia Rainero y María Villar) de El calor…, signado por las relaciones efímeras, como el breve paso de los turistas. Pero Muñoz incorporó esta vez a dos personajes masculinos que prestan su voz y también hablan, a su modo, de sus sentimientos. La psicología de ambos sexos, con sus clichés y ocurrencias, se plasma en estas criaturas con las que los espectadores se sienten identificados.
Las sensaciones, el color, el gusto y aroma de las frutas, la música, y las caricias, parecen despertar por momentos a los personajes de aquel sopor al que se han confinado.
Lucas Ferraro y Eduardo Iacono completan el elenco y el artista plástico Manuel Ameztoy creó esta atmósfera por donde transitan fantasmas del pasado e ilusiones de un futuro de a dos.

jueves, 16 de octubre de 2008

leedor.com

Pies descalzos, torsos desnudos, jugo de naranjas y trozos de bananas. Silencios que ofrecen sombra al calor de un sol abrasador, palabras que iluminan la música del devenir. Marimbas, olas y colores. Roces de cuerpos jóvenes y viejos. Delicadas observaciones, todas subrayadas por Agustina Muñoz, una joven y prometedora directora.

En El calor del cuerpo, la sutileza avanza en medio de una escenografía colorida, intensa y veraniega que transpola los sentidos hacia una playa donde habitan el relajo físico y la tensión sensual.

Ahí están: dos mujeres jóvenes tendidas en una playa, rodeadas de frutas, bajo cortinas traslúcidas de colores y frente a un inmenso mar; hablan de ideas languidecidas por el calor de un verano intenso y repentinamente lúcidas gracias a la luz del ocio playero.

Son sus charlas pausadas, flexiones corporales y reflexiones intelectuales las que inducen desde el principio, un aire de suspensión que detiene cualquier pensamiento preso de la velocidad. Por el planteo escenográfico, el lugar de la playa le corresponde a los actores y el de los espectadores, el del mar. Y cada vez que desde escena alguien pierde su mirada en el horizonte, la sumerge en el mar de espectadores que, llevados por la trama e inducidos por su ubicación, podrán sentirse sobre una especie de balsa en la que distenderse, extender sus ideas y dejarse navegar en un mar sereno que sugiere la mirada de aquellas plácidas jóvenes.

La composición es visual y dramáticamente atractiva e innovadora. Una escenografía imperdible, recrea un clima tropical que desnuda a los actores hasta mostrarlos en su faceta más carnal. Palmar –obra del artista plástico Manuel Ameztoy- cuelga desde del techo del escenario. Se trata de una escultura flexible y fluorescente que forma cortinas de tiritas que remiten a ramas de palmeras tropicales y coloridos pájaros entonando los más vivaces piares.

Sobre la arena, las mujeres aligeran su ropa para aliviar el calor. Un calor corporal que pasa desapercibido al encontrarse inmerso en un clima tropical. Y así como pasa desapercibido su propio calor, ellas hablan como si estuvieran pensando en la nada y mientras piensan en nada, parece que nada sucede, pero -sutilmente con ideas breves y pensamientos sencillos, esos que son los más difíciles de elaborar- sucede todo. La atractiva presencia masculina, -joven y mayor- despierta en ellas un juego de seducciones y planteos que en su tiempo lleno, forma parte de sus aletargadas conversaciones.

Sólo entre líneas, como entre las esterillas de una sombrilla, se filtrarán las verdaderas fuentes de calor, los verdaderos motivos de placer y la verdadera esencia de sus deseos. Lejos de la frialdad, sólo al calor de los cuerpos, se encontrará la comodidad para desnudar la más simple naturaleza y en medio de toda aquella cálida naturaleza tropical, el desafío será encontrarla.

Victoria López Zanuso

martes, 14 de octubre de 2008

Vuenosairez.com ´Una imagen visual impactante de una potencia enceguecedora. ´

..´Parecemos escuchar el sonido del mar en los sonidos silenciosos que emiten con su mirada al horizonte, ellos, hombres y mujeres calientes, cuerpos bellos y sexuales, cortan frutas y se frotan cremas, sin un punto de conflictos mas que la intención inconsciente de gustar y ser degustados.

Bellísimos relatos escapan de los labios de Raquel (Maria Villar) perfumando de vibraciones la escena.

Un viejo, (Eduardo Iacono) símbolo de libertad y desapego, es el comentario de sus charlas hasta que aparece y revoluciona sus espíritus con su actitud juvenil, seduciendo y atrapando las sonrisas con su estilo.

Y todo pasa y vuelve a suceder, hasta que la tarde cae.

El Calor del Cuerpo es una obra de arte que apunta a las carencias de afecto, la juventud eterna de los veranos y el sin razón de la vida en la arena.

Hay una apoyatura elemental como marco escenográfico, el artista plástico Manuel Ameztoy(Galería Braga Menéndez) produjo a pedido de Agustina Muñoz la instalación Palmar, recreación de una geografía tropical que delimita un espacio que enmarca los cuerpos sin nunca llegar a contenerlos. Una fuerza cromática que impacta y profundiza un ambiente banal y erótico. Una acertada idea de una dirección estupenda conjugando el arte visual con una dirección de actores ajustada y contundente puesta en escena .
El diseño de luces de Leo D`Aiuto es lo mas significativo e interesante de la obra pues logra recrear el espacio tiempo – lugar, de una manera muy real e intensa.
Una interpretación sobresaliente de Lucas Ferraro que con un ritmo orgánico y a la vez marca tiempos en sus contra sentidos e impone un juego que distrae e hipnotiza.
Cecilia Rainero, una princesa hermosa y trágica que con sus dislates y una acida ironía instala el desencuentro en el amor.
Porque el cuerpo es, es y es y no tiene lugar donde esconderse... por eso se expone como un instrumento vivo, latente, una cobertura de la libido que esta punto de estallar.
A no perderse esta, es ineludible.´

miércoles, 8 de octubre de 2008

Diego Braude (imaginación atrapada)

"Una playa en algún lugar. Una escenografia que chorrea desde el techo un destellar que los personajes no tienen. Una luminosidad exaltante, un colorido fluorescente que allí queda, en las alturas. Ellos yacen en la arena. Sus movimientos no son muchos, tanto es así, que registramos cada uno de ellos. Nada parece escaparse a la mirada del espectador.

Son dos hombres y dos mujeres. Calor sofocante, que tira para abajo. Ninguno realmente disfruta dónde están. ¿Por qué están ahí, entonces? Son irónicos, sarcásticos, cobardes o temerosos. Pasan el tiempo. El tiempo se les pasa. Las palabras se vuelven un gesto mínimo. El gesto mismo se vuelve ausente.

No hay acción alguna, nada que el cuerpo procese y escupa hacia afuera. Existe un deseo latente que vive bajo esos cuerpos, que por momentos asoma pero que nunca se hace cuerpo, que siempre está ahí a punto de… Las palabras llenan el tiempo, lo colorean, lo vuelven más amable. Pero no hacen avanzar la acción, porque no arriesgan, sólo cuentan. Bellas palabras provenientes de un cuerpo que calla, que en ocasiones quiere gritar, pero que, al final, siempre se resigna a su mismo destino plagado de encierro y silencio."