miércoles, 26 de noviembre de 2008

ÚLTIMAS TRES

Regresamos en marzo. Esquivamos el verano en Buenos Aires.


Él-"Hoy la gente estaba toda transpirada".
Ana-Qué asco.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Silvia Sánchez- Mundo Teatral

En El calor del cuerpo, pieza de Agustina Muñoz que tiene lugar en el Camarín de las musas, la mirada el espectador ha de toparse con una avalancha de imágenes-tiempo: esas imágenes deleuzeanas que definían lo contrario a la imagen devenida acción.

Tres personajes tirados en la arena de una playa, dejan transcurrir el tiempo sin que casi nada pase: a lo sumo pelan una fruta, a lo sumo cambian de posición. Toda la pieza de Muñoz se mueve en ese registro de quietud en el que la ausencia de acción pone en primer plano al tiempo. No solo al tiempo que transcurre a nivel de la historia sino al tiempo en todas sus dimensiones: al tiempo banal, al tiempo trascendental, al que pasó y al que ha de venir.

Un cuarto personaje, mayor en edad que los otros, viene a romper la letanía en la que los tres jóvenes están envueltos. Otra vez el tiempo, ahora generacional,
delatando la mirada de mundo de esta directora que pone la quietud, la inacción y cierto aire desinteresado del lado de los más jóvenes. Solo el viejo puede accionar, configurando una pintura generacional bastante clara y por suerte, parcial.

Contrastando con la vaguedad de los tres personajes, la instalación escenográfica de Manuel Ameztoy y la iluminación de Leo D´Aiuto, imprimen fuerza, color y energía; configurando un paisaje festivo que se aleja de los cuerpos desvastados de los actores. En tal sentido, son buenos los trabajos actorales cuya misión parece ser “estar” más que actuar.

El calor del cuerpo puede gustar o no, lo que seguro no puede suceder es que genere indiferencia. Poner en escena cierto abatimiento generacional, es toda una declaración de principios. Habrá que ver si uno hace algo con eso o, como sus personajes, deja que otros hagan.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Critica Teatral (Gabriel Peralta)

En la obra El calor del cuerpo, con dramaturgia y dirección de Agustina Muñoz, se pude percibir una cadencia que rememora al teatro “chejoviano”.
Porque es en ese aparente no suceder, y en su aletargamiento de las acciones y las palabras, en donde subyace un torrente de conflictos, que no necesitan ni siquiera su enunciación para que se perciban. Los temas fútiles, los deseos apenas sugeridos, las palabras para encubrir y descubrir sentimientos, son piezas de un rompecabezas articuladas estupendamente por Muñoz, para crear un cuadro de una fina sensibilidad.
Colaboran para crear este estado, las muy buenas actuaciones de Cecilia Rainero, María Villar, Eduardo Iacono y Lucas Ferraro, en un registro de actuación, arriesgado, casi minimalista, que es sostenido a lo largo de toda la obra, sin que en ningún momento decaiga su intensidad. Es de destacar el momento del baile entre Rainero y Iacono, que reúne en si mismo múltiples sensaciones.
La instalación escenográfica de Manuel Ameztoy es maravillosa, ya que coloca la obra en un plano irreal, pero con una fuertísima pertenencia.
El muy bueno (y sofocante) diseño de luces de Leo D´Aiuto es factor determinante en el clima de la obra.
El vestuario de Flavio López Foco se entrelaza armónicamente con el espacio y las luces.
El amor, el desamor, la fragilidad de las relaciones, son algunos de los temas que sin nombrarlos, pasan por El calor del cuerpo.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Bazar Americano

“Volver siete veces al conflicto”

por Andrés Gallina

¿Cómo pasar de la voz escrita a los cuerpos? ¿Cómo activar desde la escritura la potencia de las cosas? El lector de textos dramáticos asiste a un acto incompleto y lo redefine a su modo: insiste en encontrar los signos que exceden al texto. El riesgo parece estar ahí: negado el acontecimiento teatral, el aura, el lector juega a rehacer la experiencia perdida.
La antología Dramaturgias, prologada por Mariana Obersztern, reúne siete piezas escritas por siete mujeres. Siete piezas singulares, que pueden dialogar entre sí, pero que juegan un juego propio, con sus propias reglas. Hay algo, sin embargo, que parece hacer posible la convivencia: frente a un teatro despojado, que se saca de encima el relato, estos textos recuperan la anécdota, el argumento, el contenido como forma.

(...)

Raquel y Ana en una isla semi desierta hablan, al mismo tiempo, del amor y de un protector de mosquitos, del amor y de una lluvia que se moje todo. En El calor del cuerpo, de Agustina Muñoz, el lector asiste al tedio: cuatro personajes bajo el sol, esperando que llueva. La acción aparece en el deseo: poder recordar un sueño, cantar o bailar una canción entera, vender naranjas o collares de coco, subir a un barco que se trague el mar; lo efectivo, lo que sucede, entonces, es la espera. Con una técnica trabajada en el corte, lo teatral surge acá más bien como una forma de suspender la acción y de activar el relato. O como si la acción estuviera en el cuerpo o en lo que siente el cuerpo, mientras tanto.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Cuando el gato no está...



los ratones dicen que fue una función hermosa, con blooper incluído (gran rescate Luqui!). el calor se sintió en toda la sala, y no por cuestiones climáticas.
bailemos los ratones al son del vallenato.

El calor porteño