sábado, 7 de marzo de 2009

Lucho Bordegaray - Montaje Decadente

Ana y Raquel están en una playa tropical. Entregadas al sol y al calor, hablan poco y lento. De la misma manera se mueven. Los cuerpos se ablandan. El tiempo también.
No son turistas: han llegado hasta ahí para trabajar, vendiendo ensaladas de frutas. Ellas y un hombre, también joven.
Quizás sean amigos.
Quizás no.
Él dice que no quiere hacer más ensaladas de frutas. Aunque no sabe qué otra cosa va a hacer.
Quizás no sepa ninguna otra cosa.
Quizás no haga nada.
Eso sí: han encontrado el mejor lugar para ellos, pues ahí no sucede nada. Cuando sucede algo, sucede fuera del espacio escénico, como si ellos impidieran o repelieran cualquier acción.
Quizás eligieron esa playa para ser turistas en sus propias vidas, para estar en sí mismos como de paseo.
Hay un cuarto personaje al que se refieren como “el viejo”, pero cuando aparece vemos que no es un viejo, sino un adulto. Descubrimiento que nos da cuentas de la pobre e imprecisa mirada que tienen sobre el otro y de la inexistencia de la adultez en su comprensión del desarrollo de la vida (solapado discurso hoy en boga en los medios de comunicación). Para peor, el viejo tiene novia, lo que les resulta una ridiculez y hasta les causa gracia, seguramente porque entienden que noviar es algo propio de la edad de ellos, aunque tampoco anden noviando.
Y más sol y más calor, ingredientes ideales para caer en un letargo que les impida a los tres jóvenes cualquier accionar. Y que la vida pase. Que de pasar, pasaría por fuera de sus cuerpos. Cuerpos ajenos a todo, tan cercanos unos de otros como inaccesibles. Porque el universo se les termina en la epidermis, y la historia es un permanente ahora con amnesia.
Con El calor del cuerpo, Agustina Muñoz nos pone delante de la sensación de la nada, esa nada que no deriva de la convicción de una mirada nihilista sino del estancamiento en que suele caer una generación educada (familiar y socialmente) bajo el signo del “todo se puede” pero que, a la vez, se anula en la misma inmensidad de lo deseable.
Para arrojarnos en esa sensación, Muñoz ofrece un relato sostenido en un mero transcurrir, que crece sin necesidad de generar ninguna expectativa, en tanto que como directora lleva ese ritmo al límite de lo cansino, y lo hace deleitable.
Importantes a la vez que sobrios son los aportes que brindan los excelentes trabajos de escenografía y la iluminación. El primero corresponde a una instalación de Manuel Ameztoy, quien concibió con clara comprensión de las necesidades del teatro y de esta pieza en particular una vegetación irreal, colgante y voluminosa para dar marco, contraste y espesor a esta playa. En el diseño de la iluminación, Leo D’Aiuto inunda de sol el espacio hasta imponer el elocuente clima aplastante.
Interpretando al viejo, Eduardo Iacono juega con soltura ese rol de normalidad que desencaja, logrando que su vitalidad irrumpa pero no rompa el clima de parálisis. María Villar compone a Raquel con tal levedad que la muestra apenas más acá de la ausencia. Asombra el trabajo de Lucas Ferraro, quien permanentemente está registrando las imposibilidades, las limitaciones, la nada que lo rodea, y ante ese material negativo reacciona y da forma a su personaje en perfecta sintonía. Cecilia Rainero, estupenda como esa Ana despreocupada en su destierro de sí misma, sin más horizonte que confundir la felicidad con la resignación.

A modo de apéndice innecesario, diré que algunos elementos de este interesantísimo trabajo se me han aparecido como inmediatos o consecuentes del pensamiento de Albert Camus, de sus grandes obras de los años ’40, como si El calor del cuerpo se emparentara con una relectura actualizada sobre el absurdo de la existencia. Pero lo que en Camus era esa obstinada decisión de vivir como si el hombre tuviera sentido, aquí es adecuación al vacío: jamás subirían la roca cada día a la cima de la montaña (El mito de Sísifo) pero, aunque liberados de su peso, tampoco la escalan por su propia decisión; el calor y el sol profundizan ese tedio existencial, pero para asesinar a alguien (El extranjero) deberían aceptar que el otro les provoca algo; están frente al mar en aislamiento (La peste), pero no les atrae ni siquiera escapar al agua porque ellos son el motivo de la cuarentena, y la llevan a cuestas.

2 comentarios:

GABRIEL GAVILA dijo...

La verdad la obra me pareció ABURRIDISIMA !!!
Lo digo con respeto y buena onda, creo que es ese tipo de espectáculos que contribuyen a la idea de que el TEATRO ES ABURRIDO.
Creo que Todos en la sala se aburrían , los actores no me trasmitían nada incluso estimo que estaban aburriendose también.
No quisiera que tomen a mal mi crítica pero es sinceramente lo que me sucedió viendo el espectáculo
MUCHOS SALU2
GABRIEL GAVILA

agus dijo...

Hola Gabriel, una lástima que la hayas pasado mal...el aburrimiento es todo un tema, y en todo caso, es algo que te sucedió a vos. Imposible saber si los otros en la sala se aburrían, mucho menos si lo hacían los actores...como todo, por suerte, gusta a algunos y aburre y desagrada a otros. es parte de hacer cosas, estar expuestos a diversos comentarios y experiencias. Nosotros sabemos que es una obra que puede producir comentarios muy variados y sin embargo, la seguimos haciendo con mucho amor y mucho placer.
gracias por escribir y por venir a verla.
agustina